El sábado 16 de diciembre, tuvimos un taller literario y artístico muy especial. Lo incluimos en la sección de Sesiones literarias del blog Literario y artístico de El mirador de Granada. Anduvimos indagando las influencias navideñas en la literatura en lengua española y ofrecimos algún texto y algunos poemas que ahora reproducimos en este post. Antes dimos algunos apuntes sobre el momento en el que se recoge tan señaladas fiestas y aludimos algún que otro aspecto simbólico de interés y que también ofrecemos en esta entrada singular. Que tengáis unas felices y sosegadas Fiestas.
LA NAVIDAD EN EL TALLER LITERARIO
Y ARTÍSTICO DE EL MIRADOR DE GRANADA
NOCIONES SIMBÓLICAS ELEMENTALES DE LA NATIVITAS
La nativitas cristiana (nacimiento) o Navidad está colmada de una riquísima simbología que trasciende la de las propias figuras que componen el tradicional Belén donde se llega, por estas fechas, con ilusión y gracia a conformarse en su característica singularidad y cordialísimo esplendor. La navidad, en sus distintas vertientes celebrativas cristianas (católica, protestante, anglicana u ortodoxa) tienen todas en cualquier caso el motivo del nacimiento (de Cristo, se entiende).
Si bien ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento existen registros de la fecha del Nacimiento de Cristo, la fecha cercana al solsticio 21 de diciembre -25-, puede que tenga mucho que significar en la elección de esta data, si desde la antigüedad tuvo grande importancia, y aunque la fecha del 25 de diciembre fue adaptada siglos después por la Iglesia con argumentos varios. Lo interesante desde el punto de vista simbólico es el que abre la fase ascendente del ciclo anual, si el del verano representa el descenso, y en la decoración arquitectónica grecolatina se exponía con el dios bifronte Jano en las puertas solsticiales.
En cualquier caso, el gozo que representa la fase luminosa de la puerta invernal que abre el ciclo de la luz ascendiendo, y que la estival representa la del oscurecimiento o decrecimiento de la luz, a mi juicio no es casual y que el nacimiento de Cristo se tuviese a bien situarlo en esa etapa cíclica de crecimiento de la luz, y de todas las numerosas relaciones de Cristo con el sol como fuente primordial de luz, y todo el complejo, nutrido y prolijo despliegue simbólico de esta.
Así, la luz propicia al despliegue de este momento soltsicial es símbolo del espíritu, de ahí que la iluminación se entienda desde una óptica psicológica como la adquisición de la conciencia de un centro de luz y por tanto de fuerza espiritual (Cirlot. J.E.). Sin entrar en las inevitables relaciones de la luz con las sombras, la luz simboliza el conocimiento que ilumina a través del espíritu. También esta natividad soltiscial simboliza la luz primordial que se identifica con el verbo (Juan 1,9) que viene a significar la radiación del sol espiritual que es el verdadero corazón del mundo.
Estas son solo unas muy breves aproximaciones al profundo significado simbólico que encierra el término de Navidad que, desde luego, ora está mucho más allá de las convenciones que con buena fe se han imbricado a las tradiciones de occidente, ora, fuera del ruido consumista que obnubila lo más granado de este momento soltiscial, ora, por el interés institucional secular o religioso de lo que en verdad la Navidad encierra.
Así lo demuestran las manifestaciones literarias, poéticas y artísticas de prácticamente todos los tiempos en occidente. Haremos un puntual, breve y aleatorio recorrido para tratar de imbuir a nuestros oyentes de esa sabiduría genuina y profunda que ha inspirado a tantos escritores, poetas y artistas.
BETHLEHEM sube por dos alcores de laderas plantadas. Tiene una claridad fresca, nítida, salina; una blancura de vallados, de cenáculos, de cisternas, de sepulcros y hornos. Sus viviendas se cuajan de sol como las celdillas de las mazorcas y de los panales.
El cielo de su lado recibe un vaho de cal de las rampas y casas. Parece que exhale una pulverización de molino harinero. Tierno, juvenil, luminoso, está desvalido en las torvas soledades de los montes de Judá.
Bethlehem se ha quedado solo en su alegría y su gracia aldeana. Le rodea una tierra huesuda y convulsa. Sobre sus terrados y vergeles, respira la boca amarga y llameante del desierto; pasa el aletazo caliente del siroco, el gâdim de la Biblia.
De las bóvedas de los muros, de los portales del «Karvan»-parador y corral de caravanas y ganados-, del júbilo del ejido y de los huertos, salen las sendas impetuosas y joviales, pero se van desollando y hundiendo, trocándose en torrentes areniscos, en «wadis» y ramblas; desaparecen en las quebradas y losas. Los montes se rasgan en una hoz; el silencio cría su ámbito; es como una destilación de tiempo inmóvil. Y las sendas de Bethlehem, aunque se rompan y se cieguen, no dejan su jornada: renacen más lejos, brincando desnudas. Semejan esperar al caminante; Y le miran y le sonríen convidándole a seguir. Tornan a su retozo, y se tuercen como si se volviesen para saber si el hombre se fía de su promesa. Su promesa será llevarle a una porción agrícola: la viña y las higueras que se agarran a una cuesta calcárea, recogida y tibia; los escalones de bancales de cebada y avena: con márgenes de pedernal para que el terrazgo no se derrumbe; un valle, tierno entre lo abrupto; una meseta labrada; un redil en el frescor del pasto; un cañaveral, unas palmas y un pozo que, al removerle la piedra que lo cubre, se queda resonando de onda en onda y abre su mirada trémula y azul...
Donde haya un rodal hospitalario para el cultivo, allí cavará obstinadamente el azadón israelita; la uña de la reja penetrará hasta que toque la roca; la besana se plegará en la ladera dejándole su esfuerzo y su paz.
De sus mismos enemigos recoge el israelita las enseñanzas de labrador. Mientras cuece ladrillos para los faraones en la tierra empapada de Gessén, aprende el cuidado primoroso de los huertos: trae a su casa los métodos rurales de Cannan; y las familias que queden del cautiverio de Babilonia y vuelvan al «país», proseguirán el trabajo mejorando la heredad abandonada. Porque Jehová es el Señor Dios que legisla todo lo de su pueblo escogido, desde la santidad del rito a la salud de su criatura y el producto de su labranza. Es el dueño de la tierra suya sobre todas las que ha criado; ama sus frutos; quiere la primicia de la cosecha. Por eso las fiestas de su altar vienen aparejadas con la plenitud de los bancales, en los días que huelen a madurez, a trojos en colmo, el olor suave y honrado que llega a Isaac cuando bendice a Jacob: «He aquí el olor de mi hijo como el olor de un campo lleno al que ha ben· decido el Señor.»
En la «Schema» o «escucha» de la plegaria matinal, el judío invoca a Jehová como Dios agrícola que «cuenta las nubes y cuelga las urnas de las aguas», que «tiene El solo la llave de las lluvias y no las cede ni a los ángeles», «que extiende el cielo como una piel; riega los montes; sacia la tierra de sus obras; da al hombre el pan que le alimenta, el vino que corrobora su corazón, el aceite que hace relucir su rostro y el heno que pasturan las bestias»...
«Casa de pan», lugar de abundancia, era Bethlehem.
Se apeldañan los huertos, de un cultivo denso y primoroso, como paños bordados en realce.
En su bordal de tierra junta el bethlemita toda la variedad de legumbres y frutales. Cría planteles de cebollas, fríjoles, berzas, endibias, lechugas, chalotes, badeas, escalonas, guisantes, habas y cohombros. Brotan en lo umbrío los hongos y el jenable. Las sandías se revuelcan en suelos apacibles. Por los ribazos y bardas, se cuelgan las calabaceras, las de la cidracayote y las de calabazón angosto y encarnado que resue· na como un odre. Crecen los membrillos espalderos, los granadas, los bergamotas, los almendros. Las vides tejen con la higuera el toldo que acoge las amistades. Las márgenes y linderos se ahogan bajo la convulsión de las hordas de los chumbos. Se recortan las grises espadas de las pitas, de liseras carnosas. Suben al azul los girasoles doblando sus panes redondos de flor dorada. Cada hortal tiene su torre de piedra cruda para el guarda, y una horca de leños que, al combarlos, sumergen la herrada en el agua dormida y somera del pozo, y vierten el riego atirantándose con un zumbido de arco.
Después de los vergeles, las tierras llevan olivar, viña, mijo, centeno, cebadales.. _, y en los campos segados y en la hierba de la senara, tocan las esquilas de los corderos de Bethlehem.
Gabriel Miró
Fragmento de Figuras de Bethlehem
POEMAS
ROMANCE DEL NACIMIENTO
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
San Juan de la Cruz
PARA NAVIDAD
Pues el amor
nos ha dado Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
Danos el Padre
a su único Hijo:
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
no hay que temer,
muramos los dos.
Mira, Llorente
qué fuerte amorío,
viene el inocente
a padecer frío;
deja un señorío
en fin, como Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
Pues ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que toma un sayal
dejando riqueza?
Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.
Pues ¿qué le darán
por esta grandeza?
Grandes azotes
con mucha crudeza.
Oh, qué gran tristeza
será para nos:
si esto es verdad
muramos los dos.
Pues ¿cómo se atreven
siendo Omnipotente?
¿Ha de ser muerto
de una mala gente?
Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
¿No ves que Él lo quiere?
muramos los dos.
Jesús, el dulce, viene…
Las noches huelen a romero…
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría…
Mas la celeste melodía
suena fuera…
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma…
¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!
Juan Ramón Jiménez